23/1/11

Especial "Leyendas Urbanas"

¿Quién no ha escuchado alguna vez ciertas historias que rozaban lo absurdo, pero que de alguna extraña forma se dibujaban en nuestra mente como posibles? En La Quinta Esfera nos propusimos descubrir unas cuantas. En algunos casos para explicar que son simplemente eso, historias sin más, pero en otros para atisbar su origen verdadero. También nos sumergimos en las leyendas más oscuras, esas que han producido pesadillas y temor en el inconsciente colectivo. Aquí os dejamos algunas de ellas.
Esperamos que las disfrutéis.


La chica de la curva: Javier está cansado. Lleva varias horas seguidas conduciendo y parece que la carretera no tiene final. Mira distraído su reloj; son las tres de la madrugada. De repente, cuando vuelve su mirada al frente ve a lo lejos una figura inmóvil en el arcén. Extrañado, agudiza la vista y se da cuenta de que se trata de una mujer joven. Para el coche y le hace un gesto para que se suba. Al fin y al cabo, piensa, un poco de compañía le va a venir muy bien a esas horas de la noche.
La chica abre una de las puertas traseras del vehículo y se sienta sin decir palabra. Javier le pregunta: ¿Cómo te llamas?... Pero la joven parece ausente, no responde. Instantes después, cuando el coche ha avanzado unos metros, ella le advierte casi en un susurro: cuidado, aquí me maté yo. Javier ve como una curva bastante cerrada se le echa encima y da un volantazo. Asustado, se vuelve hacia la chica para preguntarle si está bien, pero sorprendentemente la muchacha no está, ha desaparecido.

Una variante de esta famosa leyenda se encuentra en una historia que tiene como origen un emplazamiento real, la discoteca Androides de Talavera de la Reina, en la provincia de Toledo. En ese preciso local, en una noche fría de invierno, Carlos conoce a una chica llamada Marta. La invita a tomar unas copas y así, entre risas van pasando la noche. Llega la hora de irse y al salir de la discoteca, Marta tiene frío. Carlos, que es un caballero, le presta sin dudar su cazadora, gesto que la joven agradece con una sonrisa y con el obsequio de la dirección de su casa. Al día siguiente, Carlos decide ir a visitarla. Toca tres veces al timbre de la puerta y para su sorpresa abre una mujer mayor, que se pone a llorar en cuanto el joven le explica la razón de su visita. La mujer, que resulta ser la madre de Marta, le cuenta que su hija falleció hace unos meses en un accidente de tráfico. Ante la incredulidad de éste, que insiste una y otra vez en el episodio de la noche anterior, la señora le lleva al cementerio. Allí, Carlos se queda estupefacto al comprobar lo imposible. Sobre una lápida con la foto de Marta se encuentra una prenda bastante peculiar. Sí, su propia cazadora.

La prisión: ocurrió en una cárcel de mujeres hace unos cuantos años. A Patricia la habían metido allí por error y no había un solo día en el que no planease su fuga. Por esas fechas, un nuevo conserje había llegado a la prisión, lo más curioso de todo es que se trataba de un antiguo compañero suyo del instituto; un tal Arturo.
Patricia aprovechó una de las ocasiones en las que no había vigilancia en el pasillo para hablar con él. Ambos trazaron un plan: cuando muriese la próxima presa, Patricia debería meterse en el ataúd correspondiente y esperar a que él llegase para desenterrar la caja y sacarla de allí. Dicho y hecho. Llegó el día y Patricia esquivó toda seguridad y se coló en el ataúd. Sintió como lo movían, como lo bajaban por las escaleras y como lo enterraban. Ahora solo falta esperar, pensó. Y así se pasó media hora… una hora... Desesperada, Patricia comenzó a golpear con fuerza la tapa de madera y a gritar con toda la fuerza que le permitían sus pulmones. Se acordó de que en uno de sus bolsillos tenía una caja de cerillas. La sacó, prendió una y cuando el espacio se iluminó tenuemente quedó horrorizada con lo que estaba viendo: a su lado no había ninguna mujer muerta. En su lugar dio de bruces con el rostro pálido de su amigo el conserje.